Francisco della Rovere -con el nombre de Sixto IV- fue elegido para
suceder al difunto Paulo II; se repetía la ya habitual capitulación
previa frente al conciliarismo y también el desconocimiento de su
contenido, una vez convertido en Papa. La preocupación esencial por las
cuestiones políticas, ya apuntadas en el anterior pontificado, se hacen
ahora la nota dominante: en muy pocos años, el Pontificado, triunfante
sobre
la tormenta conciliar,
había alcanzado la cima del prestigio espiritual e intelectual; con
gran rapidez se precipitaba ahora en el más desaforado temporalismo, con
su secuela de nepotismo. El Pontificado no sería otra cosa, en
realidad, que el reflejo de un colegio cardenalicio que era la triste
parodia de sí mismo y de su autentica misión. El nepotismo de Sixto IV
se puso espectacularmente de manifiesto con la elevación al cardenalato
de dos de sus sobrinos, Julián della Rovere, futuro
Julio II
y, sobre todo, la increíble promoción de Pedro Riario, pronto víctima
de su vida depravada. Otro de sus sobrinos, Jerónimo Riario, se
construía un dominio personal en los Estados de la Iglesia y arrastraba a
su tío a la lucha general italiana. La primacía de las preocupaciones
temporalistas del Pontificado le reduce a la condición de un príncipe
italiano más, inmerso, como todos, en la ininteligible política
italiana, mientras la preocupación general por la dirección de la
Cristiandad escapa de su horizonte.
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Sixto IV,nombrando prefecto a Platina imágen de
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